La Gorda de Porcelana
Ejercicio de relleno

Hay que llenar los espacios vacíos

La gorda de porcelana

Todo comenzó un día de otoño dorado y frío. Vi salir a don Cornelio de su pensión, como todas las mañanas, y me apresuré a controlar los punteros de mi reloj. Llevaba al cuello una larga bufanda gris y contaba los ochenta y siete pasos que lo separaban del autobús, sin mirar hacia los lados porque conocía la calle de memoria. Desde mi ventana lo vi avanzar como un velero con su bufanda al viento y pensé que ése sería otro día sin sorpresas. Pero no fue así. De pronto, a mitad de cuadra, se detuvo alarmado: había visto algo nuevo. Era una tienda recién inaugurada, con una escaparate azul y verde como un acuario, en medio de los severos edificios de nuestro barrio. El escribiente de la Notaría se aproximó fascinado, perdiendo la cuenta de los pasos que lo llevaban hacia la esquina. Vio muchos objetos extraños, el timón de un antiguo naufragio, una muñeca con una tristeza de pelos humanos, abanicos de plumas robadas a las aves del Paraíso y otros objetos provenientes de remotos lugares. En el centro de todos ellos, en lugar de honor, se encontraba la Gorada de Porcelana.