Titel

8.
Al mediodía cerraba su escritorio, tomaba la bolsa de su merienda y se dirigía a la Plaza, que quedaba justo a noventa y un pasos de la Notaría (los había contado). Allí entre los árboles, rodeado de altos edificios, masticaba su pan con queso, calentándose con el tenue rayo de sol que iluminaba su sombrero gris. No hablaba con la gente, pero observaba a los otros paseantes con curiosidad. Había siempre algunos niños jugando, y, de vez en cuando, alguna pareja de enamorados besándose bajo el castaño. A menudo se encontraba con el Loco. Era éste un simpático personaje que alborotaba el paisaje con su risa sin motivo, sus pasitos de baile y sus cordiales saludos a las aves, a los automóviles y, por supuesto, a las personas, aunque nadie respondía a sus buenos días y volvían la cara, fingiendo que no lo habían visto. A don Cornelio le gustaba el Loco, pero tenía vergüenza de saludarlo, porque él se consideraba un hombre muy serio.