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9.
Entre los que frecuentaban la Plaza, aparte del Loco, el ser más pintoresco era una anciana con capelina de flores y zapatos ortopédicos, poseedora de la más encantadora sonrisa, que alimentaba a las palomas con galletas de avena. Si éste fuera un cuento de hadas, ella sería el hada madrina, pero no lo es. Este es un cuento de verdad-verdadera. Don Cornelio la observaba de reojo y muchas veces estuvo a punto de saludarla, pero su timidez lo detenía.
A las siete de la tarde un timbre sonaba en la Notaría y los escribientes guardaban sus plumas, sus tinteros, sus sellos, y partían. El último en salir era don Cornelio, no sin antes revisar las trampas de los ratones, apagar las luces y echar los cerrojos. Luego tomaba el autobús verde de vuelta a la pensión donde vivía. Salvo los domingos, todos los días eran iguales para él. Estaba casi satisfecho con esa vida sin emociones y muy rara vez se daba cuenta de la monotonía de su existencia.
Hasta ahora sólo he presentado al personaje principal de esta historia. Ahora contaré los extraños acontecimientos que cambiaron su vida.
Todo comenzó un día de otoño dorado y frío. Vi salir