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29.
La Gorda de Porcelana aceptó agradecida y ambas se pusieron a charlar sobre encaje de bolillo y recetas de pastel, mientras don Cornelio aprovechaba la luz del farol más cercano para hojear un periódico que encontró sobre el banco, en busca de un aviso que le ofreciera pensión o trabajo. Al poco rato, la vieja dama se arropó en su chal y anunció que era muy tarde y debía retirarse. Su casa no estaba lejos, pero no le gustaba andar de noche con sus pesados zapatos.
-¿Y ustedes no vuelven a casa. -preguntó al despedirse.
Y entonces don Cornelio, que esperaba que ella se lo preguntara, abrió ampliamente su corazón, venciendo al fin tantos años de silencio y de pudor, y le contó su historia, desde el momento en que vio a Fantasía en la ventana del anticuario, hasta ese instante último en que se encontraban en la plaza, sin techo, sin trabajo y sin futuro, pero inundados de inexplicable alegría. La anciana escuchó con atención hasta el final sin interrumpir, y cuando él hubo vaciado toda su ansiedad, le dijo que tenía un cuarto desocupado en su casa y andaba, justamente, buscando a un caballero de orden que quisiera alquilarlo.
-Me sentiré muy contenta de tener a su Fantasía en mi casa -agregó.
Por buena educación, don Cornelio rehusó con grandes protestas: no quería molestar, de ningún modo; qué pensaría ella de él; que abusaba de su bondad, etc. Pero Fantasía le dio una patadita disimulada para que no exagerara sus

30.
negativas, pues corrían el riesgo de que la señora lo tomara en serio y retirara su oferta. Por fin, transaron en un arreglo justo y los tres, tomados del brazo, echaron a andar hacia el nuevo hogar, perdiéndose entre las estrechas calles del barrio antiguo de la ciudad.