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21.
Don Cornelio nunca había salido a pasear en día de semana sin estar de vacaciones, pero la idea le pareció atractiva.
-Esta vez no tendrás que llevarme en brazos -rió ella.
Fantasía ató el racimo de uvas a la cinta del sombrero de don Cornelio y así le quedó libre una mano para tomar la de él. Luego recitó un verso algo cursi, pero muy efectivo:

Cornelio, dame la mano
para echar a volar,
hasta la torre de la iglesia,
como una campana más...

Maravillado, el escribiente sintió que sus zapatos se desprendían del suelo y que le bastaba mover un poco los brazos para elevarse. Dieron una vuelta a media altura por la habitación, para adquirir práctica, y salieron volando

22.
por la ventana como dos ángeles estrafalarios, desafiando las leyes de la aerodinámico y del sentido común.
Don Cornelio sintió el golpe del viento en el pecho y en la cara y a su espalda adivinó las puntas de su bufanda gris volando también. Se echó a reír como cuando era niño. Se sujetó el sombrero con la mano libre y no tuvo miedo cuando sobrepasaron las antenas de la televisión, la torre de los bomberos y la cúpula de la Sociedad Protectora de Animales, dejando atrás los últimos techos de la ciudad. Abajo vieron los bosques como manchas oscuras, las cimas de las montañas cubiertas de suave merengue, el increíble color del cielo en un claro día de otoño. Fantasía señaló el lugar donde terminaban los caminos y nacía, entre las colinas, la cinta luminosa del río.
Bajemos! -rogó el escribiente, que quería verlo de cerca, porque hasta entonces el único río que conocía era el negro canal lleno de basura que cruzaba la ciudad. Ella eligió un buen lugar para el aterrizaje, estabilizó sus ocultos motores, emparejó sus alas, perdón, sus velos y cintas color vainilla, y bajó limpiamente, como una gaviota. Por sugerencia suya, don Cornelio se quitó los zapatos y sus pies sintieron por vez primera la tierra en su estado natural, porque antes sólo la había visto en maceteros. Dio unos saltitos breves, gozando de la nueva sensación, y

23.
empezó a bailar, a darse vueltas, loco de felicidad. Pensó que aquella borrachera se debía al reciente vuelo y al exceso de aire puro.